Para mi la carrera comenzó una semana antes, con muchos nervios y muchiiisimas dudas acerca de si la preparación sería la adecuada.El viernes, preparando la mochila para llevar a Lisboa, más dudas, más nervios y comienzo a pensar en que momento se me ocurrió a mi enfrentarme a semejante locura.
El sábado temprano partimos en coche los tres que comenzamos hablando casi en broma de hacer una maratón y que allí estábamos a 24h del pistoletazo de salida. Un viaje de unas seis horas amenizado por los comentarios de objetivos, sensaciones, etc. Lo primero que nos sorprendió al cruzar la frontera fue … el precio de la gasolina, mimadriña “están locos estos portugueses”, además de cogernos desprevenidos, que sino hubiésemos llenado el depósito en Galicia.
Llegamos a Lisboa a mediodía y localizamos la pensión después de dar unas cuantas vueltas, comemos, dejamos las cosas y nos vamos a la “Feria de la maratón”, donde deberíamos recoger los dorsales.
La feria era más bien escasa, unos siete u ocho stands. Como aún quedaba bastante para la “pasta party” fuimos a dar una vuelta, pero tuvimos que volver al pabellón porque hacía un frío descomunal, quien diría que al día siguiente iba a ver termómetros marcando 20º. Cenamos sobre las 20h para acostarnos pronto.
El día de la carrera:
Nos despertamos a las 6:15 para desayunar. Carlos puso la alarma a esa hora y le dijo a Iván que pusiese la suya a las 6:17 por si acaso (por qué a las 6:17? no lo sé, pero creo que Iván tampoco lo entendió, y así nos lo hizo saber en cuanto se despertó.)
Cogemos el metro para ir hasta la zona de salida. Allí ya se nota el ambiente de un día de carrera, probablemente porque a esas horas los únicos que cogíamos un metro un domingo por la mañana somos los locos que vamos a correr algo más de 42km. Los nervios en aumento.
Salgo del metro y me doy cuenta de que en aquella entrada es donde había quedado con
Grimo, con el que tenía intención de salir. Pienso: “Primero dejo las cosas en el guardarropa y luego vengo corriendo hasta aquí”. No hizo falta, nos encontramos de camino.
Dejo la mochila, desbebo y para la salida. Grimo me comenta que tengo una cara de acongojado impresionante. No creo que se reflejase en mi cara todo el miedo que sentía.
Dan la salida. Comienzo a correr y parece que me voy tranquilizando, hablando con mi compañero de viaje. Comenzamos a subir, a bajar, a subir, a bajar... Después de 7km todavía no habíamos cogido unos miserables metros llanos. Ya no puedo con las piernas, van como piedras. En la primera cuesta con un desnivel relevante decido echarme a andar (la primera de las tres veces que tuve que pararme) y Grimo para conmigo (Gracias!!). Una vez arriba, volvemos a trotar, no es que vaya demasiado bien, pero van pasando los km.
En el km 20 está el primer avituallamiento sólido, en el que tenía intención de coger las barritas de cereales que habían prometido y con las que contaba como principal fuente de energía. No había. Bebí isotónica y me tomé un gel.
Poco después del medio maratón, con el viento en contra, tuve que parar por segunda vez (aquí pudo más la cabeza que las piernas) y Grimo ya continuó a su ritmo. No estuve demasiado tiempo andando, al rato me puse a correr a un ritmo casi ridículo, pero que me ayudó a recuperarme, tanto física como mentalmente. Comparto varios de estos kilómetros con una señora italiana muy agradable.
Peeero unas rachas de viento bastante fuerte me hicieron tener que pararme una última vez cuando rondaba el km 31 y quedarme sin la compañía de mi nueva amiga italiana.
Poco duró esta parada, porque, en cuanto noté el viento por la espalda, me dije: “esta hay que aprovecharla”. Volví a correr animándome a no parar hasta el km 35, donde había otro avituallamiento sólido. Y lo conseguí, pero no había dicho avituallamiento, sólo agua y unos dados de mermelada. Ya no paré.
Llegados a este punto no hay vuelta atrás. Me veo por primera vez en toda la carrera llegando a meta. Me vengo arriba, aunque contengo el ritmo, consciente de que queda una subida de unos 3km y no quiero tener que pararme otra vez. Al enfilar la cuesta comienzo a adelantar a gente que va andando y eso me da más ánimos. A unos 100m veo la camiseta rosa de la señora italiana. Cuando paso a su altura la animo con una palmadita en la espalda. Tarda unos instantes en reaccionar pero luego me grita: “Bravo!! Bravo!!”.
En esta vorágine de sentimientos me topo con varios compatriotas coruñeses: Los primeros subían andando y me “identificaron” por la camiseta de la Coruña10. Al otro coruñés no lo había visto, pero de repente oigo un grito de “Ánimo Coruña” y, al mirar hacia el lugar de donde provenía la voz, veo a un chico levantando su sudadera para mostrarme una camiseta igual a la mía. Lo saludo esbozando una sonrisa y tratando de no perder la concentración, ni el ritmo.
Entre unas cosas y otras ya estoy casi arriba. Llego arriba sin grandes problemas. Ya sólo queda bajar hasta el estadio y dar media vuelta a las pistas de atletismo. Bajo con la sonrisa tonta de la felicidad de estar a punto de superar un reto. En la entrada al estadio están Carlos e Iván animándome. Ya sólo queda deslizarse por el tartán para cruzar la META.
Paro el crono en un tiempo demasiado malo, pero ¡que carallo! terminé mi primera maratón.
En las gradas de la llegada está Grimo, que hizo una buena carrera, nos saludamos y le agradezco la compañía durante esos kilómetros iniciales (sino creo que hubiese abandonado en el km 15)
Voy en busca de mis compañeros de viaje, Carlos e Iván, y nos contamos un poco las impresiones de cada uno. Todos contentos.
A medida que pasan las horas, cada vez me siento más orgulloso de haber acabado la maratón y me fijo menos en el tiempo que invertí en ello.
Por el momento no voy a contar nada más, aunque me dejo cosas en el tintero.